Los vinos blancos no son una novedad en Rioja. Hace unas semanas, gracias a la generosidad del importador asentado en Canadá, Alex Klip, que es también un apasionado de los vinos viejos, pude probar un Monte Real presumiblemente embotellado en los años treinta. El color era marrón, pero la boca mantenía la acidez y ofrecía el tipo de textura acariciante que solo se consigue con el reposo prolongado en botella.
En mi cajón de recuerdos de riojas blancos viejos guardo un delicado Paternina Semidulce 1948 de la bodega del Conde de los Andes en Ollauri que ahora custodia el grupo Muriel tras restaurar sus viejos calados subterráneos; un Viña Soledad Tête de Cuvée 1959 de Franco-Españolas que parecía 40 años más joven (no es una exageración); o una vertical de Tondonia organizada en 2006 en las instalaciones de López de Heredia en Haro por la que desfilaron añadas de 1957 a 1981.